Después de visitar la Vía de Pelurgu nos acercamos a conocer el Monumento Natural de las Sequoias del Monte Cabezón, dando un paseo de poco más de media hora para conocer tan singular lugar. La parcela, de 2,5 hectáreas de superficie, está compuesta
por 848 pies de Sequioa sempervirens y 25 pies de Pinus
radiata.
La singularidad que hace acreedor de especial
protección a este bosquete de sequoias radica en que se trata de una
especie inhabitual en Cantabria, muy poco común formando masas en estado seminatural en España, capaz de alcanzar proporciones enormes y una gran
longevidad.
La parcela de sequoias del monte Cabezón se plantó en
la segunda mitad de los años cuarenta del siglo pasado. Aunque ahora pueda
resultar inesperada su presencia en este ambiente costero de Cantabria, su
existencia responde a las circunstancias concretas de un período histórico
marcado por la intención gubernamental, en el marco de la política autárquica
del régimen franquista, de restringir al máximo la dependencia exterior, y los
gastos que conlleva la factura de importaciones.
El deseo de dar al monte una mayor preponderancia en
tanto generador de riqueza y recursos económicos, y la opción de las
plantaciones como fórmula para solucionar los problemas forestales del país es
incluso anterior. Ya en 1926 la Ley del Plan General de Repoblación había
recomendado especial atención a las especies de crecimiento rápido
y a su localización en las provincias cantábricas, debido a la importante
disponibilidad de terrenos baldíos, y a las favorables condiciones climáticas.
Las primeras plantaciones en la región, con eucalipto,
aparecen en el entorno de Torrelavega, y su madera se utiliza en un principio
para el entibado de minas y la construcción. La fundación de SNIACE en 1939 es
resultado de una política proteccionista respecto a los productos forestales
con destino al sector industrial. La localización en Torrelavega se ve
favorecida por el potencial del territorio costero inmediato para el cultivo
del eucalipto.
La creación del Patrimonio Forestal del Estado,
la constitución del Servicio de Montes en 1938, y la aprobación del Plan
General de Repoblación en 1939 son algunas de las medidas adoptadas para
favorecer el empeño de ampliar la superficie arbolada del país.
En el año 1942 se constituyó el consorcio del monte Corona con el Patrimonio Forestal del Estado, dando comienzo al proceso de ordenación del mismo. Durante tres décadas la mayor parte de los terrenos de este monte, que incluían masas de frondosas y áreas de pastizal y matorral, fueron repoblados por especies foráneas, fundamentalmente Eucalyptus globulus y Pinus radiata y de forma experimental, a modo de ensayo y por tanto en parcelas mucho más reducidas, con roble americano (Quercus rubra), castaño japonés (Castanea crenata) o abeto de Douglas (Pseudotsuga menziezii). En ese contexto se plantan las sequoias del monte Cabezón, que perviven hoy como reflejo de aquella política forestal, de aquel momento económico, y de aquella actividad experimental a la búsqueda de las especies madereras más adaptadas a las necesidades de producción industrial.
En el año 1942 se constituyó el consorcio del monte Corona con el Patrimonio Forestal del Estado, dando comienzo al proceso de ordenación del mismo. Durante tres décadas la mayor parte de los terrenos de este monte, que incluían masas de frondosas y áreas de pastizal y matorral, fueron repoblados por especies foráneas, fundamentalmente Eucalyptus globulus y Pinus radiata y de forma experimental, a modo de ensayo y por tanto en parcelas mucho más reducidas, con roble americano (Quercus rubra), castaño japonés (Castanea crenata) o abeto de Douglas (Pseudotsuga menziezii). En ese contexto se plantan las sequoias del monte Cabezón, que perviven hoy como reflejo de aquella política forestal, de aquel momento económico, y de aquella actividad experimental a la búsqueda de las especies madereras más adaptadas a las necesidades de producción industrial.
SECUOIA SEMPERVIRENS
El nombre del género conmemora a Sequoiah, un
indio cheroquee educado en Georgia que inventó un alfabeto para el dialecto de su tribu.
Se trata de un árbol muy robusto, de copa piramidal, que rebrota de raíz y en condiciones naturales supera con facilidad
los cincuenta metros de altura, alcanzando con frecuencia el centenar. El tronco es
derecho, muy grueso, de corteza oscura, esponjosa, profundamente fisurada, que
puede alcanzar los cuarenta centímetros de espesor en los ejemplares añosos y
se desprende en placas irregulares bajo las cuales aparecen otras nuevas de
color rojizo. Las acículas, planas y de tono verde oscuro, se asemejan a las
del tejo, y presentan como particularidad más notable dos bandas blanquecinas
por el envés. Florecen al final del invierno para madurar las piñas, verdes
primero y rojizas finalmente, en el otoño siguiente. Las flores masculinas son
amarillas y las femeninas ovales y verdosas, de mayor tamaño.
La especie prefiere suelos frescos y profundos en ambientes
húmedos con inviernos templados, pues aunque puede soportar fríos rigurosos se
ve muy afectado por las heladas tardías. Es originaria del Pacífico de los
Estados Unidos y se asocia en condiciones naturales con el pino de Oregón,
arces y robles.
Quizás las dos características más definitorias de
esta conífera, más allá del tamaño que alcanza, sean su longevidad (puede superar el millar de años) y su rapidez de crecimiento, que alcanza
razones de 1,80 metros/año entre los cuatro y los diez años de edad.
Produce una madera fácil de trabajar, de buena calidad, ligera, no resinosa y
de tono pardo rojizo (redwood es su nombre americano), muy
apreciada tradicionalmente en la construcción y para la elaboración de
traviesas de ferrocarril. En Europa, donde fue introducida en 1843, se cultiva
como árbol de ornamento en parques y jardines.
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