El domingo día 16 de septiembre, nos fuimos a visitar una de las cuevas exploradas por el SCC hace 30 años, la Cueva Candeña. A la salida nos apuntamos Juan, Nano, Alicia y yo, siendo Juan el único que tenía algún vago recuerdo y pocas referencias de donde se encontraba situada la boca de la cueva.
Salimos de Puente San Miguel y nos dirigimos hasta la localidad de Riclones (Rionansa), en donde tomamos una estrecha y muy pindia carretera que nos llevó hasta un agradable rincón en donde en el siglo XV hubo un templo en honor a Nuestra Señora de Trespeña.
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Pero como este no era nuestro objetivo volvimos hacia atrás, hasta encontrarnos una pista a mano izquierda que Juan tenia localizada en un mapa y que nos acercaba en coche casi hasta los prados en donde creíamos que se encontraba la cueva. Esta pista no estaba en muy buen estado, sobre todo al comienzo, así que nos subimos todos al todo-terreno de Juan y en pocos minutos de agradable subida, con unas amplias vistas de todo el valle, llegamos al final de ella. Aparcamos y nada más bajar del coche vemos como salían volando una veintena de buitres a los que les fastidiamos el almuerzo. No les molestamos más y comenzamos a caminar hacia unos prados cercanos, con la idea de buscar una dolina en donde hubiese un farallón rocoso, encontrándose allí la boca de la cueva. Sobre el papel no era tan difícil encontrarla, pero la realidad fue otra.
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Llegamos a un prado y empezamos a buscar en una pequeña dolina, encontrando una minúscula boca, pero Juan no las tiene todas consigo, no lo recuerda bien y cree que esa no es la cueva que buscamos. Dejamos a Nano y Ali que investiguen esa cueva mientras nosotros nos damos un paseo por la zona a ver si damos con el lugar. Cuando Nano y Ali salen de la cueva nos confirman a gritos desde la lejanía que esa no era Candeña. Seguimos buscando y a lo lejos vemos un prado con una gran dolina, pero Juan cree que nos hemos pasado de largo y es el prado de Casaquemá, volviendo a reunirnos con nuestros compañeros y siguiendo buscando por la zona, encontrando otra minúscula boca a la que nuestros dos exploradores del día echan un vistazo, confirmando que no se trata de nuestra cueva. Cuanto me alegré de que esa no fuese Cueva Candeña, porque en la salida "lo pasaron mal", teniéndoles que ayudar para salir del puñetero agujero.
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Cuando ya casi dábamos por hecho que ese día no íbamos a encontrar la cueva, aparecieron en la lejanía una chica y un chico de Riclones que estaban buscando a sus ovejas. Afortunadamente caminaban en nuestra dirección y en pocos minutos estaban a nuestro lado. Les dijimos que no habíamos visto sus ovejas y les preguntamos por Cueva Candeña, indicándonos que estaba situada en el prado que anteriormente habíamos confundido con Casaquemá. Ni GPS, ni mapas, ni ná, lo mejor las indicaciones de los pastores que llevan años por la zona. Después de despedirnos de ellos, nos dirigimos hasta el prado Candeña, bien visible desde lo alto del collado que separaba ambas zonas de pasto.
Una vez en el prado, la localización de la cueva fue muy fácil. Justo en el fondo de la enorme dolina y entre un pequeño arbolado encontramos la boca de la Cueva Candeña.
Comemos algo antes de entrar, pues ya son las 14:15 horas, y sin perder mucho tiempo comenzamos a bajar por la pequeña rampa de acceso. Nos encontramos con una corta galería que da acceso a una sala bastante concrecionada y con bellos rincones, destacando una zona de gours (en esta ocasión secos) al final de ella.
Nos cuesta dar con el paso que comunica con otra sala de mayores dimensiones, pero al final damos con él. En la zona de acceso a esta sala encontramos bellas excéntricas, que nos recuerdan mucho a las de otras cavidades de la zona.
En la sala grande, y haciendo una trepada por una zona de colada, llegamos a una galería en la que encontramos una huella que nos sorprende. No sabemos si pudiese ser de algún oso, porque por la zona hay abundantes restos de huesos y dientes, o quizás hace 30 años algún antiguo miembro del SCC quiso plasmar su arte. Si fuera la segunda opción, la verdad es que le quedó muy bien.
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Algo desconcertados por el hallazgo vamos volviendo hacia el exterior, tras recorrer los 400 metros de desarrollo de esta cavidad, en donde nos esperaba otra sorpresa, encontrándonos con dos personas que en ese momento entraban en la cueva. Casualidades de la vida, después de 30 años sin apenas visitas nos íbamos a juntar con más gente en la cueva. Tras la sorpresa inicial hablamos con un hombre (Abel), que era el dueño del prado en donde se encuentra la cueva, y su hijo (Joel) al que traía para que la conociese. Nosotros amablemente les acompañamos para que vieran parte de la cueva, comentándonos Abel que nunca había entrado tan adentro.
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Después de ejercer de guías vamos saliendo hacia la boca de la cueva, en donde tenemos una amena y larga conversación sobre cuevas y personajes de la zona. Cuando nos despedimos de Abel y Joel nos indican donde podemos comer unos buenos piezcos de camino al coche, junto a los restos de una casa en lo alto del collado. Así que no íbamos a dejar pasar las buenas indicaciones, pues además estábamos bastante hambrientos.
Pero los piezcos no fueron suficientes para acabar de llenarnos, así que cuando de nuevo llegamos al coche y después de cambiarnos, nos fuimos buscando un lugar donde picar algo, acabando al final en Unquera en donde nos pusieron unas buenas, ricas y algo caras "tostas" acompañadas de un buen vino de rioja que pusieron fin a una buena jornada de espeleo.
Al final la suerte se alió con nosotros y todo salió perfecto.Por mi parte volver después de tantos y tantos años en gratificante.
ResponderEliminarMenos mal que aparecieron los chicos de Riclones! Si no todavía estábamos buscando la cueva, jeje.
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