El pasado sábado nos acercamos hasta el Portillo de Lunada ( Jara, Carmen, Alicia, Sergio, Pelos y yo) con intención de quitarles el polvo a las raquetas y crampones (por lo menos en nuestro caso) y ver si se podía realizar alguna ascensión. La mañana no era nada buena, pero eso no impidió que mucha gente se congregara en la zona hasta donde se podía subir con el coche, junto al mirador de el Resbaladero. Allí coincidimos con la gente del Cota Mínima Cantabria y con viejos amigos entre la abundante marabunta.
El alto Valle del Miera es el resultado de la acción erosiva de un glaciar desarrollado durante la última glaciación y posteriormente de la acción erosiva del río Miera y sus afluentes. Desde el mirador tenemos unas buenas vistas de la Casa del Rey y el Resbaladero.
A mediados del siglo XVIII la Real Fábrica de Cañones de La Cavada se encontraba en pleno apogeo. La necesidad permanente de madera para sus hornos de fundición, hizo precisa la ejecución de grandes obras para trasladar troncos desde zonas altas a medida que las zonas próximas a la fábrica iban quedando deforestadas. El río Miera fue convertido en un canal, con la canalización total de su cauce hasta alcanzar su cabecera, al pie del Portillo de Lunada.
Tras agotar los bosques de la cabecera del río, se planteó la necesidad de talar y bajar los árboles ubicados en las cumbres de Lunada, para lo cual se construyó un gran tobogán (El Resbaladero) que permitía descender hasta el río la madera. Sobre esta estructura se deslizaban los troncos, proceso facilitado por una corriente de agua captada igualmente en el puerto que, además, reforzaba el caudal del Miera para impulsar valle abajo los troncos.
La Casa del Rey, un edificio con escudo real del siglo XVIII, albergaban las dependencias administrativas desde donde se controlaba el proceso de adquisición y transporte de la madera.
Sin perder tiempo nos cambiamos y comenzamos a caminar con intención de ascender al Castro Valnera. Nos salimos de la carretera y comenzamos a caminar por el fondo del valle que separa el Pico La Miel y el Pión de Los Lastreros. Pronto nos calzamos las raquetas pues abunda la nieve, pero lo que no hay son buenas vistas, pues una intensa niebla que no nos abandonara durante toda la subida lo cubre todo. Nos cruzamos con varios montañeros que bajan de hacer cumbre, comentándonos que desde la cima no se ve nada, y además hace un fuerte y frío viento.
Cuando llegamos al collado que separa los valles del Miera y el Pas, sentimos en nuestras carnes lo que nos habían comentado. Un frío viento nos deja a todos helados, y el tiempo en vez de mejorar cada vez va a peor, no viéndose un carajo. Nos ponemos a resguardo del viento mientras comemos algo y decidimos si continuamos con la ascensión, llegando a la conclusión de que no merece la pena subir para no ver nada y pasar mucho frío.
En solo unos minutos que permanecemos parados nos quedamos pajaritos. En mi caso las manos se me pusieron moradas y apenas las sentía, realizando algún ejercicio para que entraran en calor, pero dando muy poco resultado. Tan solo al comenzar a descender y ya en alturas mas bajas entraron por fin en calor. Sergio y Pelos hicieron el descenso a toda velocidad, pues bajaron esquiando, mientras los demás lo hicimos mas tranquilos, aunque en algún momento llegamos a hacer culo - ski.
El tiempo nos estaba haciendo una mala jugada, pues de la que nos acercábamos de nuevo a la carretera, veíamos como el sol comenzaba a aparecer, dejando por fin ver algo mas allá de nuestras narices.
Cuando llegamos al coche el día que ha quedado es muy bueno, disfrutando por fin de unas amplias y bonitas vistas de todo el valle, pero ya no nos vamos a volver a tras y continuamos con la idea de ir a comer un buen cocido para entrar en calor. Esta vez el Castro Valnera nos fue esquivo por un tiempo que jugó con nosotros, pero sin duda volveremos a intentar una ascensión invernal a esta preciosa montaña.