Amanece un nuevo día. Los rayos de luz comienzan a entrar con fuerza a través de la ventana de la habitación. Es hora de levantarse, y casi que lo agradezco, pues el colchón donde he dormido deja mucho que desear, por no hablar de la puta almohada.
Nos aseamos y bajamos hacia el comedor, en donde nos juntamos para tomar un buen desayuno. Café con leche, cola cao, bizcocho casero, tostadas, zumo, unas tortitas típicas lebaniegas que no recuerdo su nombre, hechas con harina, huevo y mantequilla (creo que esos eran sus ingredientes), etc.
Una vez he llenado la panza, decido salir a darme un paseo por el pueblo. De los coches caen chorros de agua, y es que el sol esta empezando a derretir la espesa capa de hielo que los cubre. Vuelvo al poco rato a la posada, en donde acabamos de recoger, pagar y despedirnos de nuestros posaderos.
Decidimos dar un último paseo todos juntos por el pequeño pueblo, pero no sé por que motivo nadie tiene ganas de subir a la parte alta del pueblo. Y es que para llegar a ella hay que superar una empinadísima cuesta. Las gentes del pueblo ya empiezan a moverse de un lado para otro, unos hacia sus quehaceres y otros tan solo salen a nuestro paso para recordarnos lo "boonita" que es la peña y pedirnos un "cigaaarriillo".
Llega el momento de abandonar este bello rincón del Macizo Oriental de Picos de Europa para dirigirnos hacia lo que será la ruta escogida para hoy, la subida a la Cruz de la Viorna desde el pueblo de Maredes.
Bajamos hasta Potes y cogemos dirección La Vega, en donde justo antes de la entrada del pueblo encontramos un desvío a la derecha que nos lleva después de unos kilómetros al escondido pueblo de Maredes.
Maredes es una pequeña aldea (cinco o seis casas) rodeada de prados y espesos bosques. Aparcamos en la plaza, y nos vamos a ver un cartel de la ruta que vamos a realizar. Si salimos por la izquierda tenemos algo mas de dos kilómetros, y por la derecha no llega a uno. Así que decidimos tomar este camino que sale por detrás de las casas y sube decididamente a buscar un bello bosque de encinas.
Vamos subiendo y haciendo bastantes paradas, unas para ir quitándonos capas de ropa, y otras para disfrutar de las extraordinarias vistas que tenemos. Si miramos hacia atrás, vemos Peña Prieta, Peña Sagra, Curavacas, etc. En poco más de 50 minutos y con un ritmo muy tranquilo, llegamos a un collado desde el que tenemos Potes a vista de pájaro. Ya tan solo nos queda subir cumbreando por una empinada pista hasta alcanzar la Cruz de la Viorna (1.087 metros). Ahora las vistas son mucho mas amplias y espectaculares. Montaña Palentina, Macizo Oriental con los pueblos a sus pies, Potes, el desfiladero de la Hermida, el Monasterio de Santo Toribio varios cientos de metros más abajo, etc.
La Cruz de la Viorna señalaría el lugar donde subió Santo Toribio y lanzo su bastón exclamando:
"Allí donde caiga mi cayada, allí estará mi morada".
Esta es la explicación que dan los fieles a la ubicación del Monasterio, justo al pie de la Viorna. Aprovechamos la parada en la Cruz para tomar unos aperitivos y hablar con un chaval que anda de cacería por la zona.
La Cruz de la Viorna señalaría el lugar donde subió Santo Toribio y lanzo su bastón exclamando:
"Allí donde caiga mi cayada, allí estará mi morada".
Esta es la explicación que dan los fieles a la ubicación del Monasterio, justo al pie de la Viorna. Aprovechamos la parada en la Cruz para tomar unos aperitivos y hablar con un chaval que anda de cacería por la zona.
Retomamos el camino, siguiendo la buena pista hasta llegar a un punto en donde esta comienza a descender. La abandonamos para remontar por terreno herboso, hasta llegar al Alto de San Martín (1.157 metros). Las vistas, como las de toda la ruta, espectaculares. El día espléndido, la temperatura ideal, buena compañía, el lugar idóneo... Idóneo ¿para que? ¡para comer! ¡joder, si nos pasamos el día comiendo! Así no vamos a bajar esos kilos de más. Pasamos un largo rato en este magnifico mirador, comiendo, bebiendo y disfrutando de las hermosas vistas.
Llega el momento de abandonar este mágico lugar. Descendemos de nuevo a la pista, que ahora baja decididamente a través de un bosque de robles hasta las praderías de Maredes, y mas tarde a la plaza del pueblo, en donde damos por acabada la ruta. Durante la bajada vemos como hemos acertado de pleno en la dirección escogida para realizar la ruta circular, pues por esta parte es mucho más larga (como ya sabíamos) pero también es mucho más empinada.
Hemos disfrutado de una ruta muy sencilla y muy gratificante, y si además el día acompaña (como fue el caso), hará que se grabe en nuestra memoria por mucho tiempo.
Ya tan solo nos queda ir regresando a nuestras casas, habiendo disfrutado de un buen y completo fin de semana, al que solo le pondría una pega, la degustación del mojito de orujo, que se nos resiste.
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