Extraido de su crónica Magos
Las circunstancias aconsejaban terminar la balización de las galerías cercanas a la entrada. Eso llevaría poco tiempo. Además el sábado no podía ir temprano de espeleo. Así pues me pase el viernes por la noche por el club y tomé en préstamo el taladro Makita. Desgraciadamente sólo tenía una de las tres baterías. Pensé que para realizar agujeros de 4mm no iba a tener problema. Por la noche envié un mensaje a Alicia. Me respondió que ella y Carlos se unían a la actividad.
Nos vimos a las diez y media. Sin embargo antes de la cita tuve que pasar por la ferretería a comprar una broca de 4mm y tubo de plástico para hacer caperuzas. El tiempo no era malo del todo. A veces caía unas gotas de agua pero la altitud nos acercaba más a una fina nevada que a la llovizna. Fuimos por Alisas y no tardamos en llegar a la curva donde se toma la carretera a La Sía. Un cartel avisaba con antelación que el puerto estaba cerrado. Había varios vehículos de ganaderos ocupando la calzada, un rebaño de cabras que no acertaba a definir su destino y nieve por doquier. Solo el asfalto permanecía libre de nieve. Lo de aparcar estaba complicado. Finalmente aparcamos en el mismo cruce de La Sía. Una yegua muerta presidía el lado opuesto de la calzada. Los buitres habían avistado el cadáver pero ninguno aterrizo junto a la muerta. Quizás no se fiaban de los coches ni de las personas.
Para subir hasta la boca tuvimos que abrir huella en la nieve. De todas formas hasta la mitad del sendero habían pasado caballos y cabras dejando un cómodo rastro. La pedrera que rodea la boca de la cueva estaba tapada por la nieve, pero la boca misma estaba, por suerte, libre. Un soplo violento penetraba en la cavidad.
En menos de dos minutos llegamos a la zona que íbamos a balizar. Planeábamos proteger una zona de pequeños gours. Pero, por encima de la poca entidad de la zona a proteger, se trataba de transmitir un claro mensaje a los espeleólogos visitantes: “en la cueva debemos tener cuidado de donde pisamos, transitar por los caminos balizados donde existan y, donde no los haya, seguir la traza más marcada por los visitantes anteriores”
En menos de una hora acabamos con ésta primera zona a balizar. Para la segunda tarea nos trasladamos algo más al interior, a una zona en suave declive en que los suelos muestran corales por doquier. Aquí la traza está bastante marcada, pero se observan pisadas que se salen del sendero principal, manchando los suelos y rompiendo algunos corales. La traza principal realiza tres zigzags hasta desembocar en una zona llana. Era una balización muy simple. Sin embargo la batería del Makita se acabo en cuanto hicimos cinco taladros. Teniendo en cuenta los agujeros efectuados (en total menos de veinte), la poca profundidad de éstos -en el peor de los casos cinco centímetros- y su grosor -cuatro milímetros-, realmente su duración había sido muy escasa. Para otras ocasiones tendremos que utilizar otro taladro más fiable.
Pensando en consolarnos nos fuimos a visitar la Sala del Mago. Tres resaltes instalados con cuerda nos dieron acceso a ese sector.
Apenas pisada, la sala me pareció más alta que ancha. En el extremo opuesto al punto de acceso un pozo daba acceso a galerías inferiores. Un sondeo preliminar nos dio más de treinta metros de profundidad. Descubrimos un par de spits bien colocados pero no estaba puesta la cuerda. Más al fondo de la sala una corta trepada nos llevo a una pequeña galería cuajada de gours en la que nos entretuvimos un buen rato haciendo fotos. Una penosa chimenea escalable permitiría continuar a partir de ese punto. Sin embargo habría que mojarse para acceder a su comienzo. A ninguno le sedujo el intento.
Fuera lloviznaba débilmente y a la vez salía el sol. A punto estaba de convertirse en fina nevada. Nos despedimos en Solares bien temprano.
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