Texto: Alicia |
Cuando parecía que el tiempo no nos iba a permitir realizar ningún descenso más después de la Bollène, y como el sol volvió a lucir con fuerza, decidimos afrontar el segundo barranco de la jornada, en concreto el Vallon de Duranus.
Superado el pequeño pueblo de Duranus, la carretera cruza un puente por encima del río que forma el cañón. Aparcamos en un pequeño ensanchamiento nada más pasar el puente, nos cambiamos y Carlos, José Mari y yo nos dirigimos al extremo del puente, en donde un sendero baja junto a él, encontrando una linea de vida en plan ferrata que nos dejo en una canalización de agua. Desde la canalización es obligatorio bajar al cauce del río mediante un rápel de unos 10 metros.
Este descenso fue sin duda el menos atractivo de todos los que realizamos en nuestro viaje, si bien tiene zonas estéticas, breves estrechos y varios rápeles.
En la primera parte encontramos 3 rápeles seguidos, que dieron paso a una zona de andar, destrepes y algún pequeño rápel.
Tras un breve estrecho, en el que encontramos el último rápel, llegamos al final del descenso después de 1 hora.
Encontramos una presa que marca el final del tramo permitido para descender, tomando un sendero que sigue la tubería y gana decididamente altura en busca de la carretera. Desde el camino se aprecian zonas más estrechas y bonitas que las que hemos recorrido, visualizando desde el camino de retorno alguna vieja instalación, pero esta zona está prohibida por las sueltas automáticas del canal.
La subida se hace dura hasta la carretera, caminando luego por ella hasta llegar a donde habíamos aparcado (30 minutos) despertando a Luisa de su placentera siesta.
Dedicamos el resto de la tarde a localizar la salida del barranco del día siguiente y a buscar un buen sitio en donde pasar la noche, observando que el caudal del río Vésubie había aumentado considerablemente, bajando incluso de color chocolate, situación esta a tener en cuenta en la elección de los barrancos del día siguiente.
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